viernes, 21 de febrero de 2014

Inteligencia: El caso Mc Hannaford-Accame

El caso del único militar argentino que fue condenado por espionaje



El soldado sacó su arma de la cartuchera. Con tres dedos de la mano derecha la puso sobre la mesa haciéndola girar en el sentido de las agujas del reloj. Era una 45. Entonces dio un paso hacia atrás y esperó en silencio junto a otro soldado que completaba la guardia. El mayor del ejército argentino Guillermo Mac Hannaford estaba sentado del otro lado con los brazos caídos. Los puso sobre la mesa y echó el cuerpo hacia delante. Miró el arma un largo rato.

Levantó la vista hacia sus dos custodios, que estaban parados frente a él, firmes. "¡Déjense de joder!", les dijo. No hubo respuesta. Había poca luz en la celda del Regimiento 3 de Infantería, apenas la de la lamparita del pasillo. Pasaron unos segundos. Los soldados no se movieron, sus caras serias parecían esculpidas. Al fin el mayor, que había cruzado los dos brazos sobre la mesa y apoyaba el mentón sobre ellos, volvió a hablar: "¡Yo no me mato. Soy inocente!". Era el 18 agosto de 1938, a las 5.

El mayor Guillermo Mac Hannaford fue el único militar argentino condenado por espionaje y degradado en una solemne ceremonia. Pero también fue el protagonista de un caso muy parecido al que sufriera Alfredo Dreyfuss, un militar francés. El nombre de Dreyfuss hizo famosa a la Isla del Diablo, la colonia penal que Francia tenía en las Guyanas, donde lo mandaron preso. Pero sobre todo se convirtió en el paradigma del hombre atrapado por una conspiración, condenado y humillado por un delito que no cometió.

Mac Hannaford se negó al suicidio. Entonces le leyeron la sentencia: reclusión perpetua y degradación pública. De inmediato lo sacaron del Regimiento, en Garay y Pichincha, en un celular blindado, rumbo al Colegio Militar del Palomar.

El caso Mac Hannaford comenzó el 3 de diciembre de 1936, en el despacho del ministro de Guerra, general Basilio Pertiné, abuelo de la esposa del ex presidente Fernando De la Rúa.

El coronel Torreani Vieira, agregado militar de la embajada de Paraguay, había pedido una audiencia. Su país venía de una larga guerra con Bolivia por la región conocida como Chaco paraguayo, una zona limítrofe entre ambos países. Y era un secreto a voces que la Argentina había dado ayuda extraoficial a Paraguay porque rechazaba las pretensiones de Bolivia.
Los paraguayos mantenían cordiales relaciones con la Argentina. Pero Torreani Vieira no había ido a hablar del conflicto sino que traía una denuncia: un civil argentino le había ofrecido documentos militares secretos.

Ese día el civil fue detenido. Era Horacio Pita Oliver, un espía de los servicios de informaciones del Ejército, un "service" se diría hoy. ¿Quién le había dado los papeles? Pita Oliver mencionó al mayor Mac Hannaford, ayudante del jefe del Estado Mayor, general Nicolás Accamé.

Era toda una sorpresa: Mac Hannaford había sido, hasta dos días antes, uno de los edecanes argentinos del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, que había presidido en Buenos Aires la Conferencia Interamericana de la Paz.

Pita Oliver también señaló al teniente primero Aquiles Azpilicueta y a una mujer, Jorgelina Argerich. Los militares detuvieron a Azpilicueta en San Luis, y también a Argerich, en cuya casa encontraron papeles "desaparecidos del Estado Mayor". Poco antes de las doce de la noche de ese día, Mac Hannaford fue arrestado en su casa de Olivos. Derrumbaron el cielorraso, levantaron los pisos, revisaron cada rincón pero no encontraron nada.

El secreto fue total. El público no supo nada durante mucho tiempo, mayor a los 18 meses que duró la corte marcial.

Horacio Pita Oliver era primo del general Rodolfo Martínez Pita, que en 1936 presidía el Consejo de Guerra para Jefes y Oficiales. Martínez Pita se había desempeñado en la Comisión Militar Neutral durante la guerra de Bolivia y Paraguay, pero sobre todo era conocido en el Ejército porque representaba a la corriente de oficiales que adhería a las posiciones del gobierno nazi alemán y fascista italiano. No se llevaba bien con el mayor Mac Hannaford, que simpatizaba con la causa de los aliados y no apoyaba al GOU (Grupo de Oficiales Unidos), una logia que reunía a militares del mismo pensamiento que el de Martínez Pita.

Al acusado se le permitió nombrar a un defensor civil, Oscar Semino Parodi, que lo asistiría hasta el final. Pero debió cambiar ocho veces de defensor militar, porque sucesiva y sistemáticamente eran asignados a otros destinos.

El general Accamé, que conocía bien a Mac Hannaford porque era su superior, fue enviado sorpresivamente en misión a Brasil y no declaró.

El proceso comenzó y terminó sin una prueba clave: jamás fueron encontrados los documentos que Pita Oliver le había ofrecido al agregado militar paraguayo. El caso se basó en sus palabras, que no pudieron ser examinadas. Por ejemplo, Pita Oliver había asegurado que Mac Hannaford quería cobrar 300 pesos por los documentos, pero el mayor no pasaba apremios económicos y estaba a punto de ser ascendido a teniente coronel con lo cual recibiría un aumento de 400 pesos.

También resultaba extraño que el ofrecimiento de secretos militares se hiciera a Paraguay. ¿Por qué? Según la legislación de aquel entonces y la actual, el delito de traición a la patria existe cuando alguien colabora o ayuda a un país enemigo de la Argentina. Paraguay era un país amigo de la Argentina.

Los papeles "desaparecidos del Estado Mayor" los encontraron en la casa de Jorgelina Argerich, no de Mac Hannaford, y jamás se supo qué importancia tenían o si eran sólo papeles en blanco membretados.

El 16 de agosto de 1938 el presidente Roberto Ortiz, que ya había sucedido a Agustín P. Justo, firmó el decreto confirmando la sentencia. No hubo posibilidad de apelar porque a los defensores se les negó recurrir a la Corte Suprema. Quedaba en el tintero una cuestión mayor: el acusado recibió la pena máxima, perpetua, pero el delito, de haber existido, no se había consumado porque los documentos prometidos a Paraguay no fueron entregados. Hubiese correspondido una pena menor por tentativa.

El 18 de agosto de 1938 todo estaba preparado en el Colegio Militar de Palomar para un acto inédito en la historia argentina, la degradación de un militar.

A las 7, en el patio principal, estaba formado el cuerpo de cadetes. Había 700 jefes y oficiales. Un pelotón de ocho hombres al mando de un sargento escoltó a Mac Hannaford hasta colocarse frente a la formación de cadetes, presidida por los militares de más alto rango. El acusado estaba pálido. Un capitán leyó la sentencia. Entonces el coronel Juan Tonazzi, director del Colegio, se adelantó y dijo: "Mayor Guillermo Mac Hannaford. Sois indigno de llevar las armas y vestir el uniforme de los militares de la República. En consecuencia, en nombre de la patria, os declaro degradado".

Mac Hannaford se ciñó su propio sable, que el sargento al mando del pelotón le había dado. Enseguida el sargento se lo sacó y lo tiró al piso. Después, le arrancó del uniforme los distintivos de oficial y también los tiró al piso. El pelotón, con Mac Hannaford en el centro, desfiló por el patio rumbo a la celda. Cuando desapareció, el silencio continuaba.

Los otros acusados, Jorgelina Argerich, Azpilicueta y Pita Oliver, recibieron penas menores. Llamativamente Azpilicueta fue reincorporado al Ejército luego de cumplir cinco años de condena.

Mac Hannaford fue llevado primero a la isla Martín García y luego al penal de Ushuaia, donde pasó casi 10 años. El 20 de julio de 1947, antes de que la prisión se cerrara, el ex mayor y otros 55 detenidos fueron mandados a Buenos Aires. Lo mandaron a la cárcel de Caseros. Ya había contraído tuberculosis.

 
Momento en que el Mayor Mac Hannaford (centro y frente a la cámara) es trasladado del penal de Ushuaia al de Caseros, en 1947.

Desde el momento de la condena, su familia reiteró ante cada gobierno el pedido de indulto. Luego de pasar 20 años preso, el ex militar fue indultado finalmente por un decreto secreto del presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu, en 1956.

Mac Hannaford murió cinco años después de su liberación, el 5 de setiembre de 1961. Olvidado, como su caso.


Un escándalo de espionaje en la cúpula del Ejército

El tráfico de inteligencia militar sobre la guerra del Chaco continuó aun después de la paz, como lo evidenció el escándalo de espionaje que en 1936 comprometió al Estado Mayor General del Ejército y a su jefe, el general Nicolás Accame. El ayudante de Accame, que estaba a cargo del archivo secreto militar fue arrestado, juzgado y condenado por la venta de la misma documentación que debía custodiar.

El episodio, que en su momento llegó al público como el "Caso Dreyfus argentino", alcanzó a unos de los oficiales mejor calificados, el mayor Guillermo Mac Hannaford. Este fue acusado por un agente civil de la inteligencia militar de haberle vendido en distintas oportunidades documentos sobre movilización de tropas argentinas en la frontera con Paraguay. Mac Hannaford pertenecía al arma de artillería y era camarada y amigo del mayor Perón, de infantería. En el escalafón general del Ejército, Perón ocupaba el puesto 24 y Mac Hannaford el 25, habían ingresado en 1911 y 1912, respectivamente, y la guerra del Chaco los encontró a ambos en el sensible terreno de la inteligencia, donde los secretos se cotizaban y el precio era la vida de los soldados paraguayos y Bolivianos.

Mac Hannaford fue arrestado mientras cumplía la delicada tarea de edecán del presidente de los Estados Unidos, Franklin Roosevelt, a quien se ocultó que su momentáneo hombre de confianza era un espía. Mac Hannaford jamás admitió los cargos pero fue degradado en una ceremonia a la que asistieron cinco generales, aunque no se hizo presente el ministro de Guerra, general Basilio Pertiné, quien había impulsado la investigación a partir de una denuncia de los paraguayos.

El caso nunca logró ser aclarado. Algunos imaginaron que se trató de salvar a otros. Aunque le ofrecieron una pistola para que se suicidara, la rechazó. Mac Hannaford pasó los 23 años siguientes en el presidio de Tierra del Fuego; después lo trasladaron a la cárcel de Caseros, donde murió en 1961.

Lo inexplicable del "affaire" es que la documentación que había dejado en manos paraguayas correspondía a una estrategia que Bolivia había sufrido en carne propia, ya que trataba sobre aprovisionamiento, movilización y transporte de tropas argentinas en la dirección que beneficiaba al Paraguay.

La condena clausuró un capítulo de intervención directa en una guerra entre vecinos en la que abundaron las transacciones sospechosas, los inventarios de armas dudosos (no solamente del Ejército, también de la Marina de Guerra), las comisiones por compras en Europa para el ejército paraguayo y los negocios con alimentos.

El Ministro de Guerra de Justo se lo había dicho con total sinceridad al embajador paraguayo un día de 1932: "No desearía que me acusaran de malversación de fondos", lamentó entonces el general Manuel Rodríguez.

Clarín


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