miércoles, 25 de junio de 2014

Revolución Libertadora: Al quinto día, los rebeldes triunfan


Escuadrilla de aviones navales Grumman J2F-5 similares a los que comandaba el CC Eduardo Estivariz (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y arqueología Marítima)


El quinto día de lucha

1955 Guerra Civil. La Revolucion Libertadora y la caída de Perón



El 20 de septiembre de 1955, también hubo acciones de guerra. Ese día, a las 02.00 horas partió de la Escuela de Aviación Militar un Beechcraft AT-11 para lanzar bengalas y efectuar observaciones sobre los caminos de acceso al sur de las posiciones rebeldes. Cuatro horas y media después le siguió un Fiat que patrulló el mismo sector hasta Deán Funes y a las 08.30 otro AT-11 detectó el repliegue de tropas en dirección a Alta Córdoba.
A las 09.00 la aviación exploró los caminos de acceso a la Escuela, desde Río Tercero a Los Cóndores; quince minutos después otro avión sobrevoló las tropas que llegaban a Alta Gracia y les arrojó volantes recorriendo, posteriormente, un radio de 15 kilómetros en el sector 90º - 180º. A las 10.00 otro Fiat sobrevoló el sector comprendido entre la Escuela de Aviación Militar y Villa María y una hora después, una cuarta aeronave, se iguales características, exploró los caminos de Villa María y San Francisco observando dos columnas de vehículos militares y civiles detenidas en Río Primero[1] así como también, tropas marchando a campo abierto en dirección este, muy cerca de Santiago Temple. Cuando el avión regresaba a su base, alcanzó a detectar cinco cañones en las inmediaciones por lo que, quince minutos después, se hizo exploración aérea entre la Escuela, Ascochinga y Malagueño.
La presencia de tantas tropas en los alrededores de la Escuela de Aviación Militar y la capital provincial, más el hecho de que aún no se hallaba definida la situación respecto a la renuncia de Perón, llevaron al general Lonardi a adoptar la siguiente decisión: temiendo el reagrupamiento de las fuerzas enemigas y no teniendo la certeza de que el total de las mismas había depuesto las armas, decidió bombardear el aeródromo de Las Higueras, en Río Cuarto, por constituir la posesión extremadamente peligrosa dentro del área.
A tal efecto, fue alistado un Beechcraft AT-11 que cerca de las 10.00 despegó de la guarnición y voló hasta el objetivo descargando sus bombas sobre las instalaciones de la estación. La aeronave regresó veinte minutos después sin haber sufrido daños porque el ataque no fue repelido.
Las misiones de exploración se detuvieron hasta las 15.00, cuando un nuevo Fiat G-55 A efectuó reconocimiento entre las posiciones revolucionarias y Las Varillas sin detectar anormalidades. Era evidente que la incursión sobre Las Higueras, había surtido su efecto.



Donde las cosas se tornaron tensas fue en el teatro de operaciones de Bahía Blanca.
Según refiere Ruiz Moreno, el Regimiento 3 de Infantería se encontraba en Pringles y los seis tanques de su sección blindada sustraídos por el capitán Giménez el día anterior, muy cerca de allí, en la localidad de Tornquist, donde su comandante mantenía la preocupante actitud de no acatar la tregua. Por ese motivo, en las primeras horas del día, el alto mando revolucionario decidió atacar las posiciones por entender que representaban el único peligro aún latente en el escenario sur.
Desde Comandante Espora decolaron con destino a Tornquist tres bombarderos Catalina provistos de bombas de 220 kilogramos seguidos por un Avro Lincoln al comando del jefe de la escuadrilla, capitán Ricardo Rossi, quienes tenían por misión contrarrestar esa amenaza.
La formación voló durante veinte minutos hasta alcanzar el blanco pero cuando se disponía a atacar recibió la notificación de que los tanques se rendían incondicionalmente y por esa razón, se le ordenó desde la torre de control permanecer en la zona, hasta que la situación se aclarase.
Los tanques se habían posicionado en las afueras de la población, a la vista del enemigo y sus tripulaciones, siguiendo las instrucciones impartidas por el comando revolucionario, extendieron sobre la hierba un enorme paño blanco en señal de capitulación. La “patriada” del capitán Giménez había finalizado sin un solo disparo.
Desde Espora fue despachado un DC-3 a bordo del cual viajaba un grupo de infantes de Marina al mando de tres oficiales, quienes debían hacerse cargo de los tanques sus armas y municiones.
La aeronave tardó menos de media hora en cubrir el espacio que la separaba de Tornquist. Aterrizó sobre la ruta 33 y de ella saltó a tierra la sección que debía encargarse cargo de los blindados, encabezada por tres oficiales, y una hora después se puso en marcha hacia Bahía Blanca, donde ingresaron pasadas las 16.00, desplazándose por la ciudad con los vehículos capturados como “trofeo de guerra”[2].
Ese mismo día, minutos antes de que los blindados capitulasen, los mandos navales del área sur recibieron un llamado desde Saavedra, que los llenó de espanto. Comandos civiles revolucionarios que acababan de tomar la estación ferroviaria y la comisaría local, habían encontrado en el interior de un galpón, los restos calcinados del Grumman de Estivariz junto a los cuerpos de sus tres tripulantes con claras evidencias de que habían sido acribillados a balazos.
Se supo también que la noche del 18 de septiembre, Carlos Mey se se había apersonado en el puesto de mando de las fuerzas que ocupaban Saavedra para solicitar autorización de retirar los cadáveres de los aviadores muertos y darles cristiana sepultura. No solamente que se la negaron sino que, además, lo conminaron a permanecer en su hogar y no moverse de ahí hasta nueva orden. El distinguido vecino había vuelto a su casa abatido, angustiado al pensar en aquellos tres cuerpos calcinados, tendidos en pleno campo bajo las estrellas, a merced de la noche, las alimañas y las inclemencias del tiempo. Por esa razón, al la mañana siguiente, haciendo caso omiso de la directiva castrense, se dirigió al lugar acompañado por su esposa y el cura párroco de la localidad, para cubrirlos con una manta[3].
Perren y Rial se comunicaron entre sí para tratar el asunto y sin más pérdida de tiempo decidieron el envío de un helicóptero para recoger y trasladar los cuerpos hacia la base aeronaval. Fueron seleccionados para esa misión los tenientes Juan María Vasallo y Raúl Fitte, quienes partieron de Comandante Espora alrededor de las 10.00.
La aeronave se posó en las afueras de Saavedra, a los pies de la Sierra de la Ventana y en lo que fue un penoso procedimiento, los restos de los tres aviadores fueron cargados e introducidos en su interior, siempre cubiertos por sábanas. Tal era la indignación imperante en esos momentos que el capitán Justiniano Martínez Achával agredió a un oficial prisionero alojado en las cercanías.


El galpón donde fueron escondidos los restos del Grumman J2F-5 y los cuerpos semicalcinados de Estivariz, Irigoin y Rodríguez presentaba este aspecto en 1993 (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)

Los cuerpos de Estivariz, Irigoin y Rodríguez llegaron a Espora alrededor de las 12.20 horas. El helicóptero conducido por Vasallo y Fitte, se posó suavemente en la pista e inmediatamente después, una ambulancia se aproximó a él. “…todo el personal de la Base Espora esperaba, en un silencio impresionante, los restos de los camaradas caídos, nuestras únicas bajas, en la lucha que parecía estar llegando a su fin. La proximidad de la victoria no reducía el dolor por la pérdida de esas vidas. Nuestros amigos habían muerto durante un ataque que llevaron a cabo con clara conciencia del alto riesgo que implicaba. Pues antes de decolar, el Capitán Estivariz había comentado que los ataques anteriores habían sido poco efectivos, por realizarse desde una altura excesiva y que él conduciría su escuadrilla en vuelo rasante. Con un gesto descartó las objeciones que se le hicieron, basadas en la vejes de sus aviones y en sus características, propias de aviones de observación, que los harían presa fácil del fuego antiaéreo de los tanques. Sereno, reflexivo, de conocida inteligencia y capacidad profesional, jefe de la escuadrilla de Grumman desde hacía tiempo, el Capitán Estivariz conocía tanto como el mejor los riesgos a que se exponía atacando en vuelo rasante, y por ello su decisión fue un alto ejemplo de valor y abnegación”, refiere el contralmirante Perren en su obra[4].



Capitán de corbeta Eduardo Estivariz. Caído en combate en Saavedra (P.B.A.) (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)


Teniente de fragata Miguel E. Irigoin. Caído en combate (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)


Suboficial mayor Juan I. Rodríguez. Caído en combate (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)


Ese día se produjeron serios incidentes en la ciudad de Rosario, al chocar manifestantes justicialistas con la policía, y si bien hubo destrozos, agresiones y corridas, afortunadamente, no hubo que lamentar víctimas. Sí las hubo en Mendoza cuando pasadas las 13.00 se generaron una serie de disturbios que llevaron intranquilidad a los altos mandos de la revolución. En la oportunidad, el jefe de Policía local se alzó contra las fuerzas sediciosas a las que había apoyado el día 18, intentando copar la Comisaría 1a. El alzamiento fue sofocado rápidamente y su jefe encarcelado junto a sus hombres y unos pocos militantes que se les habían sumado. Sin embargo, lo más grave ocurrió en esa misma ciudad cuando una columna de civiles armados, casi todos integrantes de las centrales obreras y unidades básicas justicialistas, atacaron un puesto militar en apoyo a la acción policial. En el tiroteo que tuvo lugar durante el asalto, cayeron muertos varios y otros resultaron heridos, en tanto el resto se dio a la fuga presurosamente.

Donde también se registraron enfrentamientos fue en la ciudad de Mar del Plata.
El mismo día en que se produjo el bombardeo naval, grupos de civiles antiperonistas comenzaron a reunirse en el centro de la urbe para manifestar su apoyo al alzamiento militar. Hombres y mujeres de diferentes edades y estratos se dieron cita encalles y esquinas de la zona céntrica, para marchar bajo la lluvia en dirección al puerto, enarbolando banderas y luciendo escarapelas, aún cuando en aquel sector se combatía intensamente.
El grupo principal se concentró cerca de las 11.00, en proximidades de la Av. Independencia y la costanera, hasta totalizar unas 200 personas que iniciaron una procesión a la que se sumaron varios automovilistas, entremezclando sus cánticos y bocinas con el intercambio de disparos entre la Escuela Antiaérea y los buques de la Armada.
Inmediatamente después, se registraron las primeras acciones violentas cuando partidarios del gobierno armados, ganaron las calles para agredir a los manifestantes. Estos últimos, sin quedarse atrás, se abalanzaron sobre cuando local partidario, oficina o representación sindical cruzaron en su camino, con la intención de destruirla.
Cerca de las 11.00, una treintena de  agentes policiales tomaron posiciones a escasos metros de la Seccional 1ª, en la esquina de Rivadavia y se apoderaron de la dependencia que estaba pronta a ser ocupada por efectivos de la Marina. Sin embargo, al ver a numerosos manifestantes concentrándose en el frente, tomaron armas y pertenencias y abandonaron la abandonaron en el más completo desorden, perseguidos por algunas personas.
Cuando la muchedumbre supo que en el interior permanecían detenidos varios presos políticos, entre ellos el Dr. Giordano Etchegoyen, rompió puertas y ventanas y provista de palos y barras de hierro ingresó en la guardia para liberarlos. Los más exaltados arrojaron al piso los cuadros de Perón y Evita que colgaban de las paredes y los hicieron pedazos mientras que otro grupo arrojaba a la calle papeles y carpetas con los prontuarios e iniciaban con ellos una gran fogata.
En tanto esto ocurría en la central de policía, otros grupos recorrían la ciudad en pos de venganza. Uno de ellos tomó por asalto la sede de la CGT para arrojar su mobiliario por las ventanas y hacer con ellos otra hoguera, lo mismo en el Centro de Empleados de Comercio y las principales unidades básicas de la ciudad. También marcharon a las redacciones de los diarios “La Mañana” y “El Trabajo”, apedreando el frente del primero y vivando la acción opositora del segundo.



Esta fotografía que reproduce el sitio de la Fundación Histarmar aparece también en el libro de Isidoro Ruiz Moreno, La Revolución del 55 (Tomo II). En ella se observan a cuatro pilotos navales, de pie, en el centro, el TN Miguel E. Irigoin; a la derecha el CC Eduardo Estivariz, en los días del conflicto (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)

En las primeras horas del martes 20 de septiembre, cuando todavía era de noche, se produjo un violento tiroteo en las inmediaciones del Palacio Municipal entre milicianos armados que se desplazaban a bordo de camiones y patrullas navales que  recorrían la ciudad.
Promediando la tarde, un considerable número de personas se dirigió al edificio del Sindicato Gastronómico, para tomarlo por asalto y cometer destrozos. La multitud ingresó forzando las puertas e inmediatamente después arrancó placas alusivas, destruyó cuadros e imágenes e hizo pedazos el mobiliario cuyos restos arrojó a la calle desde los balcones junto con los libros de contabilidad, biblioratos y toda la documentación de la representación gremial, para hacer con todo ello una gran fogata. Durante el asalto a la sede, uno de sus defensores disparó sobre la turba hiriendo de gravedad a uno de los manifestantes que encabezaba la columna y a punto estuvo de ser linchado.
Otro grupo tomó por la tradicional Av. Independencia, cuyo nombre había sido cambiado por el de Eva Perón, y desclavó todas las placas en las que se leía el nombre de la fallecida esposa del mandatario destrozando, además, los relojes florales que señalaban la hora de su deceso en las plazas.
Mientras tanto, frente a la Municipalidad, numerosas personas aguardaban la llegada de los representantes del Comando Revolucionario, para hacerse cargo de la ciudad.
Cerca de las 14.00, un importante grupo de militantes peronistas destrozó las vidrieras de Casa López, la principal armería de Mar del Plata, ubicada sobre la calle San Martín y se apoderó de todas las armas que allí había, dispersándose enseguida en diferentes direcciones. Poco después, esos activistas se enfrentaron con patrullas navales que recorrían las calles de la ciudad, generando violentos enfrentamientos en diferentes puntos de la zona céntrica.
Mientras tenían lugar esos hechos, manifestantes antiperonistas saquearon la residencia del general Franklin Lucero e incendiaron la imponente residencia del dirigente industrial Jorge Antonio, ubicada en la intersección de las calles Rodríguez Peña y Lavalle, destruyéndola por completo (solo quedaron en pie algunos muros).
Para entonces, un total de cinco personas habían sido internadas en el Hospital Regional, producto de los enfrentamientos entre partidarios y opositores al gobierno.
En vista del cariz que estaban tomando los acontecimientos, a las 18.00 el Comando Revolucionario decidió evacuar la Municipalidad y una hora después, cortó el tránsito al tiempo que reforzaba la vigilancia en todo el perímetro de la urbe, contando para ello con los efectivos que desembarcaban del “9 de Julio” . Para entonces, el jefe militar de la ciudad, capitán de corbeta Carlos López, designó encargado del gobierno comunal al capitán de corbeta Juan M. Bisset, y como jefe de policía, bomberos y prefectura marítima, al teniente de navío de Infantería de Marina, Jorge Alberto de Urquiza.
Regían en todo el país la ley marcial y el toque de queda y por consiguiente, estaba terminantemente prohibida la circulación de automóviles después de las 20hs., lo mismo las reuniones de personas en locales o la vía pública.
Las dotaciones de bomberos trabajaron durante todo el 19 para apagar los incendios de los tanques de petróleo bombardeados en la madrugada del 19, los que fueron controlados recién el martes 20 por la tarde. Como en otros puntos del país, las clases se hallaban suspendidas, medida que se extendería hasta el 21 de septiembre dado que los enfrentamientos y el clima de violencia no habían finalizado.

En la tarde del 20 de septiembre, la Unión Obrera regional emitió un comunicado exhortando a los trabajadores a desligarse e todo compromiso con la CGT y desestimar todo llamamiento a empuñar las armas o adherirse a paros o huelgas. Su texto decía:

El movimiento de amigos de la Unión Obrera Local que nuclea a trabajadores de Mar del Plata (…) exhorta (…) a todos los trabajadores a concurrir al trabajo desoyendo cualquier intento de paralización. Trabajar y trabajar con entusiasmo  en las respectivas ocupaciones, significa en la situación actual ayudar al afianzamiento de la paz y dar la contribución merecida a las fuerzas de liberación que hoy controlan la vida de la ciudad.
Obreros: todos al trabajo, sin odios destructores a colaboraren la normalización y pacificación del país y con entusiasmo a reconstruir el auténtico y digno movimiento obrero.

Movimiento de Amigos de la Unión Obrera Local
Por su parte, el Comando Militar de Mar del Plata emitió su comunicado Nº 7 en el que se prohibía la venta de nafta y solicitaba a la población ahorrar al máximo la energía eléctrica. Poco después, a través del comunicado Nº 9, advirtió que “todo aquel que se oponga a la apertura de los negocios o a la concurrencia de los obreros y empleados a puestos de trabajo, será considerado saboteador y se le aplicará la Ley Marcial. Fdo. Carlos López, capitán de fragata, comandante militar”.


En la mañana del 20 de septiembre, el Comando Revolucionario en Puerto Belgrano recibió un comunicado desde la Patagonia, notificando que en la tarde del 19 habían sido retirados de la cárcel de Río Gallegos los ex oficiales del Ejército Alejandro Agustín Lanusse y Agustín D’Elía para ser en enviados a la ciudad de Rawson donde iban a ser puestos en libertad junto a otros oficiales que se encontraban en la misma situación. Como explica el contralmirante Jorge E. Perren, comenzaban a ser liberados los camaradas del Ejército recluidos en establecimientos penales de la Patagonia por su intervención en el alzamiento del general Benjamín Menéndez, en septiembre de 1951, pero faltaban los cabecillas del 16 de junio, almirantes Aníbal Olivieri y Samuel Toranzo Calderón que con el grupo de oficiales que los acompañaba, casi todos pertenecientes a la Armada y la Fuerza Aérea, se hallaban recluidos en el penal de Santa Rosa, provincia de La Pampa.
Por esa razón, aquella mañana del 20 de septiembre se envió hacia allí un avión naval para que sobrevolase el penal y arrojase volantes en los que se informaba a las autoridades del instituto penitenciario que el Comando Revolucionario los hacía responsables por la suerte de los detenidos. Su aproximación fue detectada por los vigías de tierra quienes lo recibieron con nutrido fuego de armas automáticas sin alcanzar al aparato.
En horas de la tarde, cuando los relojes daban las 15.40, la Base Naval de Puerto Belgrano recibió del Comando de Operaciones Navales un comunicado emitido a las 15.17, en el que se ordenaba el envío de un avión de transporte hacia Santa Rosa de Toay, a efectos de trasladar desde ese lugar a los almirantes Toranzo Calderón y Olivieri junto al resto del personal detenido. El avión y su escolta volaron hacia La Pampa pero no pudieron aterrizar debido a la inclemencia del tiempo y por esa razón, la operación debió ser pospuesta para el día siguiente.
A las 14.30 un Piper exploró la Ruta 3 hasta la latitud 4, sin novedad. El mismo aparato repitió la operación a las 18.50 con los mismos resultados y una hora después, comunicó su aterrizaje en Comodoro Rivadavia, sin nada que reportar. Para entonces, la moral de las tropas gubernamentales que se retiraban de los escenarios de guerra era bajísima y se producían deserciones en masa, mientras noticias alarmantes, casi todas sin fundamento, saturaban las radios.
El parte de guerra publicado en la revista “Cielo” refiere lo siguiente: “20 de septiembre (martes): La mañana se va haciendo pesada y entonces buscamos un poco de distracción…Me consigo un freno y me procuro cabalgadura. El pobre estaba un poco flaco y era matungón, pero lo mismo me cargó un buen rato. Tengo unas ganas terribles de reunirme con el curso…es suficiente un poco de ausencia para comprobar que se los extraña a los muchachos…
“El rancho lo constituyó un poco de locro rápidamente tomado de un jarro de mate.
“Estoy notando que a causa de la inactividad la disciplina se está aflojando un poco…
“El campo está reseco y los animales abandonados tienen un hambre que los enloquece.
“Más tarde debemos realizar otro cambio de posiciones y tras reunir mi grupo, nos dirigimos a la chacra que patrullamos ayer (o anteayer), en realidad perdemos un poco la noción del tiempo…¡son tan parecidos los días!.
“La noche, negra como la tinta, nos trae otra vez el ‘agradable’ trabajito de construir el pozo de tirador.
“Tal vez mi cuerpo esté ya saturado de dormir en el suelo, pues en señal de protesta, no encuentro una posición cómoda y no me deja dormir en toda la noche…para peor es terrible el rocío que cae y como tenemos una sola manta la tierra helada se nos antoja un témpano…
“En resumen: una noche para el recuerdo…nunca un amanecer fue más esperado que el de este 21 de septiembre. Día de la Primavera…”[5].
Durante toda aquella jornada, las fuerzas de la revolución estuvieron consolidando sus posiciones al tiempo que las tropas leales se replegaban. Cuando a las 21.10 de ese día el comandante de Puerto Belgrano comunicó al contralmirante Rojas que todo el sur había capitulado, no quedaban más dudas de que el gobierno de Perón llegaba a su fin. La revolución estaba triunfando aunque el conflicto no había finalizado todavía.

Notas

  1. Se trataba del Regimiento 12 de Infantería.
  2. A las 21.00 fueron enviadas a Puerto Belgrano, donde fueron alojadas en sus depósitos.
  3. Rodolfo J. Walsh, "Aquí cerraron sus ojos", Revista "Leoplan", Bs. As., octubre de 1956, pp. 46 y ss.
  4. Jorge E. Perren, op. cit, p. 265.
  5. “…del Diario de un Cadete”, revista “Cielo”, Buenos Aires.

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