lunes, 10 de agosto de 2015

Guerra del Pacífico: Batalla de San Francisco o Dolores

Batalla de San Francisco o Dolores 
Por Mangosta



El altozano de San Francisco de unos 200 metros de altura, afecta la forma de una elipse cuyo eje mayor sigue la dirección N.O. S.E. 
El semieje menor termina al poniente por una quebrada de suave declive que divide el cerro en dos secciones: la loma boreal, largo de 2.400 metros, por ancho de 1.000 metros; y la loma austral de 2.000 metros de norte sur, por 800 de oriente a poniente. 
Al norte de San Francisco se levanta una cerrillada, cuyo punto culminante, llamado Los Tres Clavos, se yergue a su frente. Una faja calichosa plana separa ambas prominencias. 
El ferrocarril de Pisagua llega por el pie de Tres Clavos, y entra esta faja, en donde se alza la estación, al lado del Pozo de Dolores, inagotable en la producción de agua. 
El correo y el telégrafo se encuentran instalados en el edificio de la estación de la cual arrancan dos ramales, de un kilómetro de largo: uno al poniente a la oficina Dolores, otro al naciente, al morro de caliches, llamado Don Bartolo. 
De la estación sigue la línea férrea al sur, por la base del San Francisco, pasa por la oficina de este nombre, el pozo El Molino, que saca el agua por bombas movidas por fuerza aérea y la oficina Santa Catalina, para ir a rematar a Negreiros. 
A medio camino, entre El Molino y Santa Catalina, se desprende otro ramal de dos kilómetros, rumbo S.O., a la oficina Porvenir. 
Conocido el lugar de la próxima acción, veamos los efectivos contendores. 

Orden de batalla chileno. 

Cuartel General: Coronel don Emilio Sotomayor. 
Ayudantes: Teniente coronel don Diego Dublé Almeyda; de la Guardia Nacional, don José Francisco Vergara; mayor graduado, don Bolívar Valdés; capitanes, don Francisco Pérez, don José Manuel Borgoño y don Emilio Gana. 
Estado Mayor: Teniente coronel de ingenieros, don Arístides Martínez. 
Ayudantes: Sargento mayor, don Baldomero Dublé Almeyda; capitanes, don Francisco Javier Zelaya y don Augusto Orrego Cortés, todos del arma de ingenieros. 
R. P. fray José María Madariaga, agregado de la ambulancia. 

Derecha. 

Comandante, coronel don Martiniano Urriola; ayudantes, los de su cuerpo. 
Una batería de artillería de campaña, seis piezas a las órdenes del capitán don Eulogio Villarreal. 
Una batería de artillería de montaña, seis piezas, dirigidas por el capitán don Roberto Wood. 
Regimiento Buin 1º de línea, 1.000 plazas, teniente coronel don José Luis Ortiz. 
Batallón Navales, 600 hombres, coronel don Martiniano Urriola. 
Batallón Valparaíso, 300 plazas, coronel don Jacinto Niño. 
Ocupaba el S.O. del cerro. 

Centro. 

Comandante, teniente coronel don José Domingo Amunátegui; ayudantes, los de su cuerpo. 
Una batería de seis piezas Krupp y dos ametralladoras, del capitán don Benjamín Montoya. 
Regimiento 4º de línea, 1.000 hombres, coronel don José Domingo Amunátegui. 
Batallón Atacama, 500 soldados, teniente coronel don Juan Martínez 
Batallón Coquimbo, 500 plazas, teniente coronel don Alejandro Gorostiaga. 
Una brigada de cuatro piezas Krupp y cuatro cañones modelo francés a cargo del sargento mayor graduado don Juan de la Cruz Salvo. 
Ocupaba la meseta San Francisco, que da frente al sur, mirando a Santa Catalina y Porvenir; y sureste, con vista a la pampa de El Molino y oficina San Francisco. 

Izquierda. 

Comandante, teniente coronel don José Velásquez. 
Batería de cuatro piezas del capitán don Santiago Frías, cerca del Pozo de Dolores. 
Batería de cuatro piezas, del capitán don Delfín Carvallo, sobre el costado N.E. del cerro. Los fuegos de esta batería se cruzan en la pampa con los de la batería Frías. 
El comandante don José Velásquez, jefe del regimiento, se colocó cerca del capitán Frías. 
Seis compañías del batallón 3º de línea, 700 bayonetas, tendidas de San Francisco a la estación Dolores, teniente coronel don Ricardo Castro. 
Pozo de Dolores, jefe, mayor de guardias nacionales don Juan Francisco Larraín. 
Tropa: 
Dos compañías del 3º de línea, 300 hombres; una a la falda N. E., otra en Don Bartolo. 
Pontoneros, 50 hombres. 
Convalecientes, 50 hombres. 

Reserva. 

Jefe, teniente coronel don Pedro Soto Aguilar. 
Regimiento Cazadores a caballo, 300 hombres, comandante Soto Aguilar. 
Una compañía de Granaderos a caballo, capitán Rodolfo Villagrán Lattapiat. 
Ocupa la Encañada, o sea la depresión al oeste del altozano de San Francisco. 
La ambulancia armó sus tiendas con vista al naciente, al lado del ferrocarril, frente a la oficina de San Francisco. 
Suman los efectivos: 

Artillería y Caballería. 

34 piezas, con dos ametralladoras 600 
Granaderos y Cazadores 100 

Infantería. 

Derecha 1.000
Centro 2.000 
Izquierda 1.100 
Total 6.000 hombres. 

El general Buendía sale el 18 en la tarde de Negreiros, en demanda de Santa Catalina. 
A media noche, llega a las inmediaciones, en los precisos momentos en que el comandante Amunátegui regresa a Dolores, de orden del coronel Sotomayor. 
Ocurre entonces, un hecho curioso: mientras Amunátegui con su división marcha rumbo a Dolores por la izquierda del ferrocarril, el general Buendía sigue igual dirección por la derecha de la línea. 
Ambos jefes avanzan paralelamente, sin apercibirse de semejante vecindad: uno al oriente, otro al occidente, rieles de por medio. 
Este fenómeno es frecuente en la pampa del Tamarugal, cuando la cubre espesa camancha, que en esas noches persistía desde el caer de la tarde. Esta capa de niebla es mala conductora de la luz y del sonido. Un grito agudo no se oye a veinte pasos. 
En cuanto se enfría la costra de caliche caldeada por el sol infernal del día, los cristales crepitan con tal fuerza que semejan el fuego graneado de batallones en combate. 
Los centinelas de avanzadas y grandes guardias, no daban reposo en los primeros días, al cabo de servicio; cabo de guardia, tiros al frente; cabo de guardia, tiros a la derecha; tiros a la izquierda. 
Esta canción empezada a las ocho de la noche, daba término en la mañana, a la hora de aclararse la cerrazón. 
Corren peligro los piquetes de reconocimiento: apenas desprendidos del grueso, se empampan y pierden la noción del rumbo. 
Los jefes y oficiales que hicieron toda la campaña (1879 84), están de acuerdo en que es preferible marchar en las cordilleras peruanas bajo una nevada de plumilla, ceniza o granizo, que aventurarse en el Tamarugal envuelto en la masa nebulosa. 
Los guías escogidos, a las órdenes del gran conocedor del desierto, don José Cavero, al servicio de Buendía, se empamparon en la noche del 18, y fueron a rematar a las alturas de Chinquiquirai, de donde giraron al alba, para alcanzar a Santa Catalina. Si los mismos peruanos se extravían en la propia casa, a pesar de sus buenos prácticos; ¿por qué extrañarse que Urriola perdiera la ruta, por la misma causa, en la noche del 2 de Noviembre? 
Se hace la mañana del día 19. La niebla se esfuma lentamente, evaporada por la potencia de los rayos solares; se levanta la cortina y aparecen frente a frente los ejércitos enemigos, que pueden contemplarse mutuamente a su sabor. 
Después del rancho y un corto descanso, las fuerzas aliadas empiezan a maniobrar a toque de corneta, y a fé que los cuerpos se mueven con precisión y rapidez. 
Pasan del orden de marcha al orden de batalla, con lujo de maniobras, que recuerdan a los chilenos las evoluciones de Septiembre en el Parque Cousiño. 
Mientras los aliados echan el quilo, pasando de la columna a la línea de batalla y vice versa, el coronel Sotomayor envía órdenes precisas a los comandantes divisionarios, facultándolos para cañonear a las columnas contrarias, al ponerse a tiro, con ánimo de avanzar. 
Los jefes de las alas, centro y reserva, a su vez, recomiendan por la orden la más estricta disciplina del fuego, para evitar el gasto inútil de municiones. 
Los jefes de cuerpo, hacen formar las compañías en rueda, para la lectura de la orden general, la divisionaria y la del cuerpo. 
La de éstos es concisa: Los comandantes recomiendan a los oficiales repetir clara y distintamente, las órdenes de mando, dadas por el jefe, a la voz o corneta; que al oír el toque de atención, cese el fuego para percibir con claridad la parte dispositiva; por último, si se ordena romper el fuego, el soldado debe poner antes el alza a la distancia gritada por el capitán de su compañía, y repetida a toda voz por los oficiales subalternos; apuntar bien antes de cada disparo; y en fuego de salvas esperar con tranquilidad la voz de fuego del oficial comandante. 
La orden termina con la siguiente recomendación: “Chile confía en vosotros; y en vuestro comportamiento va envuelta la honra de la Patria”. 
Los niños dieron tres vivas a la tierra lejana, y se dedicaron a limpiar y aceitar el mecanismo de los rifles y afilar el inseparable corvo. 
El enemigo mientras tanto, hace alto en Porvenir, en el siguiente: 

Orden de batalla: 

General en jefe: Don Juan Buendía. 
Ayudantes y escolta: 56 individuos. 
Estado Mayor General: Coronel don Belisario Suárez. 
Ayudantes y escolta: 52 plazas. 

Derecha. 

A las órdenes directas del general en jefe, comprende: 
a) División Exploradora. General don Pedro Bustamante. 
1. Batallón Ayacucho, Nº 3 850 
2. Provisional de Lima Nº 3 300 
3. Columna Cerro de Pasco 180 
Total 1.330 plazas 

b) División Vanguardia (o IV). Coronel don Justo Pastor Dávila. 
1. Batallón Puno Nº 6 400 plazas 
2. Batallón Lima, Nº 8 400 
Total 900 plazas 

c) Primera División boliviana. General don Carlos Villegas. 
1. Batallón Illimani 500 
2. Batallón Olañeta 450 
3. Batallón Paucarpata450 
4. Batallón Dalence, comandante don Nonato Vásquez 500 
Total:1.900 plazas 

Artillería: 
Una brigada de seis piezas con sirvientes 91 plazas 

Caballería: 
1. Regimiento Guías, coronel don Juan González 173 hombres 
2. Escuadrón Castilla, coronel don Santiago Zavala 146 
3. Franco tiradores 81 
Total 400 hombres 

Centro. 

Jefe: Coronel don Belisario Suárez. 
a) 1ª División peruana. Coronel don Francisco Bolognesi. 
1. Batallón Cazadores del Cuzco Nº 5, coronel graduado Víctor Fajardo 450 
2. Batallón Cazadores de la Guardia Nº 7, coronel Alejandro Herrera 450 
Total 900 hombres 

b) III División peruana. 
1. Batallón Ayacucho, coronel Manuel A. Prado.440 hombres 
2. Batallón Guardia de Arequipa, coronel graduado 
don Manuel Carrillo y Ariza 450 
Total: 890 hombres 
Seis piezas de Artillería de Costa 96 

Izquierda. 

Jefe: General don Pedro Villamil. 
a) II División boliviana, comandada por el mismo general. 
1. Batallón Aroma 550 
2. Batallón Vengadores 460 
3. Batallón Victoria 300 
4. Batallón Colquechaca (en reemplazo del Independencia evaporado después de Pisagua) 400 
Total 1.710 hombres 

b) Caballería: 
1. Húsares de Bolivia 200 
2. Húsares de Junín 200 
Total 400 hombres 
Plana Mayor 40 

Reserva. 
Jefe: Coronel don Andrés Avelino Cáceres. 

1. Batallón Zepita Nº 2, comandado por el mismo coronel Cáceres 500 
Regimiento 2 de Mayo, coronel graduado don Manuel Suárez 600
Total 1.100 hombres 
Artillería 80 

Totales. 
Derecha 4.573 
Infantería 4.030 
Artillería 91 
Caballería 400 
Cuartel General 52 

Centro 1.926 
Infantería 1.790 
Artillería 96 
Escolta del Estado Mayor 40 

Izquierda 2.150 
Infantería 1.710 
Caballería 400 
Plana Mayor 40 

Reserva 1.180 
Infantería 1.100 
Artillería 80 
Resumen General. 

Derecha 4.573 
Centro 1.926 
Izquierda 150 
Reserva 1.180 
Total 9.829 

El ejército aliado llegaba a cerca de diez mil hombres, aunque no hay constancia oficial de los efectivos en el mismo día de la batalla. 
Ahumada Moreno (Recop. Tomo II) publica dos estados de fuerzas de los ejércitos, perubolivianos, pero de fechas anteriores a la acción de San Francisco. 
El último estado, correspondiente al 31 de Octubre de 1879, diez y nueve días antes de la acción, consigna los siguientes efectivos: 

Ejército peruano 2 Generales, 113 jefes, 551 Oficiales, 5.656 Tropa 
Ejército boliviano 1 Generales, 57 jefes, 327 Oficiales, 4.143 Tropa 
Total: 3 Generales, 170 jefes, 878 Oficiales, Tropa 9.799 

En este cómputo no están comprendidas las fuerzas traídas por el coronel Bustamante, compuestas del Ayacucho Nº 3, de 500 plazas; del Provisional de Lima Nº 3, de 260; del Voluntarios de Cerro de Paseo, de 150. 
El general Villamil, llegado de Bolivia poco antes de Dolores, vino con algunas centenas de refuerzo. 
Los contingentes de Bustamante y Villamil alcanzan a unos 1.100 hombres; pero a la vez, hay que descontar la división Ríos, de guarnición en Iquique, fuerte de 1.182 individuos, que no asistió a este hecho de armas. 
El jefe enemigo, después de las evoluciones de la mañana, arma pabellones para refrescar y arranchar su gente. 
El ejército chileno, después de la lectura de las órdenes, hace los honores a un almuerzo caliente, por el cual suspiraba desde tiempo atrás. Qué porotos más exquisitos, los de ese día. Y agregaremos que estaban cocinados con trigo mote, con aditamento de ají en vaina legítimo de Aconcagua. 
El ranchero llenaba el plato de la caramayola y el ayudante de cocina echaba encima una cucharada de color, y un puñado de dientes de ajo con cebolla cruda picada en cruces menudas. 
Era de ver el contento de la tropa. Los niños decían: Un plato de porotos, un cachucho de agua, tres saltos en el aire, y no hay cholo que aguante. 
Los aliados arman pabellones, y envían a la tropa por grupos a surtirse de agua. 
Los ayudantes cruzan la pampa en todas direcciones. Llevan órdenes, seguramente. 
En tan solemnes momentos, llegan algunos chasques procedentes de Camarones, anunciando el regreso del general Daza y de su ejército a la plaza de Arica. 
La noticia corre sobre un reguero de pólvora, produciendo penosa impresión, sobre todo, en las filas bolivianas, que creían ver llegar a su Presidente y compañeros de armas, antes del encuentro con el enemigo. 
Los jefes quisieron ocultar tan desagradable nueva; pero ya era tarde. El ejército entero tenía conocimiento del regreso de Daza, que privaba al ejército de Tarapacá del valioso contingente de los batallones bolivianos. 
A las 2 P. M. los aliados forman e inician un movimiento de avance. Las alas y centro maniobran a la misma altura. Las bandas a la cabeza de los cuerpos tocan marchas guerreras. 
Son las 3 P. M. 
Los infantes chilenos permanecen tendidos al pie de los pabellones. Los oficiales siguen con los anteojos las maniobras de los batallones contrarios. La convicción general es que el enemigo efectúa un tanteo para estudiar las posiciones chilenas. 
Los artilleros permanecen listos en el puesto de combate. Saben por la orden general que los jefes divisionarios tienen facultad de cañonear al adversario, si intenta penetrar a la zona de fuego, en son de ataque. 
3:05 P. M. Las cabezas de las columnas de la derecha de Buendía, caen bajo el alza de los Krupp; Salvo lo comunica al comandante Amunátegui, y éste contesta: Romper el fuego. 
3:10 P. M.- Suena el primer disparo; la granada revienta entre las columnas en movimiento. 
Un ¡viva Chile! formidable estalla en todo el cerro; las cornetas tocan tropa; la gente corre a su puesto; se inicia el combate, aunque predomina la convicción en la línea chilena de que se trata de un reconocimiento en grande escala. 
Salvo continúa enviando granadas; dos baterías enemigas contestan, una de la derecha y otra desde el frente de Porvenir. 
¿Por qué los aliados inician la acción en la tarde? ¿Por qué no aprovecharon las primeras horas? 
La exposición hecha en Lima por el general don Pedro Bustamante, en Enero de 1880, levanta el velo de esta debatida cuestión, aun no resuelta con toda fijeza por los historiadores. 
Dice el citado general: 
“Al amanecer del día 19, ocupábamos las alturas de Santa Catalina, frente de San Francisco, y previa una hora de descanso para reunir el ejército, se ordenó por el general Buendía, que la primera línea ocupase la misma oficina de Santa Catalina, y las demás adyacentes. 
Verificado esto, los cuerpos que componían la línea formaron pabellones para que la tropa tomase agua, y en estas circunstancias presentóse el general en jefe acompañado del coronel don Manuel Velarde, el teniente coronel Recabarren, el cronista Neto y otras personas, habiendo manifestado que era absolutamente necesario tomar el cerro que ocupaban los chilenos. Le hice presente que por mi parte no tendría embarazo alguno para emprender el ataque, pero que, tuviera en cuenta que la tropa estaba cansada, que no había tomado agua y que la hora (12M.) me parecía inconveniente. 
En la creencia de que el general Buendía había desistido de su propósito, porque se retiró, al parecer, convencido de su inoportunidad, dispuse que, la división fuese por parte a tomar agua en unos pozos inmediatos; pero poco después, recibí orden del mismo general, por medio de uno de sus ayudantes, de avanzar hasta ponerme a vanguardia de una oficina nombrada Saca si Puedes (El Molino), previniéndome que lo hiciera con las fuerzas que tenía reunidas, sin esperar a la que había ido a los pozos. 
Hícelo así, no sin haber hecho generala y llamada al trote a dicha fuerza ausente, que vino a reunirse a la división en la citada oficina. Formadas en columnas, permanecieron allí mis fuerzas, hasta las 2 P. M., hora en que hice traer cuatro carretas de agua, de cuya existencia me dió noticia el comandante Somocurcio; pero no bien se había principiado a hacer la repartición, un ayudante del general se presentó para transmitirme la orden de que avanzase, y poco después un segundo ayudante me comunicaba que era preciso hacerlo sin perder instantes, porque la artillería estaba ya al frente y la primera división boliviana avanzaba, debiendo yo seguir su movimiento. Recibida esta orden, marché de frente con la división de mi mando en columnas progresivas y paralelamente con la división aliada. No teniendo instrucciones sobre la misión que se me encomendaba, mandé al jefe de Estado Mayor de mi división para que las pidiera al general en jefe, y por su conducto se me ordenó que tratase de tomar la artillería enemiga que estaba en un morro sobre la derecha, previniéndoseme además, que tuviese cuidado con unas zanjas abiertas por los contrarios. 
Seguí avanzando ya con un objeto determinado, y tan luego como las fuerzas estuvieron a tiro de cañón, de las posiciones ocupadas por los chilenos, rompieron éstos los fuegos de su artillería sobre nosotros”. 
No podernos dudar de la palabra del general Bustamante, que mandaba el ala derecha que comprometió la acción; y más todavía, cuando estaban en Lima todos los testigos citados por dicho general. 
Había desacuerdo entre el general Buendía y el coronel Suárez, su jefe de Estado Mayor sobre si la batalla se daría esa tarde o al día siguiente, como era el parecer de éste; Buendía cortó por lo sano y dió la orden de ataque, contra la opinión del coronel Suárez. 
El general boliviano don Carlos Villegas empieza la acción con dos compañías guerrilleras, de los batallones Ayacucho y Puno, al mando del coronel Russell; y dos compañías también en guerrilla de los batallones Illimani y Olañeta, comandadas por el coronel don José María Lavadenz. 
Estas compañías rompen un vivo fuego graneado poco eficaz por la distancia y la ubicación de la línea chilena en la cima. Pero avanzan visiblemente y llegan al pie del cerro. 
El coronel Lavadenz lleva personalmente al fuego a la 1ª compañía del Dalence, mandada por el sargento mayor graduado don Domingo Vargas, el capitán don Nicanor Romano, tenientes señores Toribio Quintanilla y Nicolás Martínez y subteniente Secundino Sempétigue, unidad que alcanza a subir hasta cuarenta pasos de la batería. El corneta de órdenes, Mariano Mamani quedó muerto muy cerca de los cañones, al lado del comandante Espinar, que conducía dos compañías del Batallón Combinado, formado por compañías de cazadores, agrupadas para el asalto. 
Villegas cree llegado el momento de apurar el ataque, y hace entrar una compañía boliviana del Dalence y los batallones peruanos Lima Nº 8, del coronel Remigio Morales Bermúdez y el Puno, del coronel Rafael Ramírez de Arellano. 
Mientras el general Villegas organiza la acción, el general Buendía describe un semicírculo con la derecha sobre la pampa, con intenciones de lanzarse sobre el Pozo de Dolores. No bien desembocan sus columnas, las toman en fuego cruzado las baterías Frías y Carvallo, cuyas granadas destrozan la formación cerrada. 
Las mitades se rehacen, encajonan de nuevo y siguen en demanda de su objetivo. 
Entra entonces, en acción la infantería chilena. 
La compañía del capitán Chacón, tendida tras Don Bartolo hasta la estación, recibe las columnas con vigoroso fuego, junto con otra compañía del 3º, reforzada por los pontoneros y cincuenta convalecientes, en tanto las seis compañías restantes del mismo regimiento, fusilan al enemigo por el flanco, parapetados tras la trocha del ferrocarril, entre el Pozo de Dolores y la estación de San Francisco. 
El capitán Chacón manda fuego en avance, no obstante su inferioridad numérica; la compañía se impone. 
Buendía, agobiado por los proyectiles que le vienen de frente y flanco, retrocede hasta colocarse fuera de tiro. 
Villegas, empeñado contra el centro izquierdo de Amunátegui, aprovecha el ángulo muerto de la batería de Salvo para tentar sobre ella un golpe de mano, reforzando a Lavadenz y Espinar. 
Conduce a sus infantes contra los cañones que no cuentan sino con 56 sirvientes. 
Salvo ve el peligro, dispersa su gente para defender las piezas con carabina, en tanto viene auxilio de los batallones Atacama y Coquimbo, a quienes pide refuerzos. 
El capitán ayudante Cruz Daniel Ramírez, con las compañías de los capitanes Vílchez y Vallejo, del Atacama, llegan a tiempo para salvar la situación, haciendo retroceder al enemigo. Reforzado éste al pie del cerro, por una compañía del Dalence, dirigida por Lavadenz, vuelve al asalto, alcanza hasta cerca de las piezas de Salvo. Las dos compañías del Atacama y otra del Coquimbo, mandada por el teniente don Enrique Astaburuaga, rechazan a los asaltantes nuevamente hasta el pie del cerro. 
Engrosados los aliados por nuevos refuerzos, embisten por tercera vez; pero cuando están a media falda, se descuelgan los mineros del Atacama y del Coquimbo, bayoneta calada, y caen sobre ellos como avalancha, con ensordecedor chivateo. 
El choque es brutal, porque el enemigo se encara. Se forma el entrevero, acciona el corvo, y entre ayes y juramentos, la masa de amigos y enemigos rueda ladera abajo; a los gritos de viva Chile, muera Chile, se llega al plan; el enemigo destrozado huye a la desbandada, ocultándose en las catas de los calichales explotados. 
A la vuelta, coquimbos y atacamas deshacen algunas colleras ensartadas mutuamente por la fuerza del choque. 
En los momentos críticos de la carga aparece el padrecito Madariaga, el franciscano de Pisagua, montado en un pingo negro, exhortando a las tropas a grito herido. 
Mineros del norte, dice, ahora debéis mostrar vuestro empuje. Y después, a auxiliar heridos. 
Los aliados vuelven caras, esta vez en definitiva. En vano los jefes tratan de contenerlos; el miedo a la bayoneta y al corvo, que desempeñó lucido papel en el entrevero, les induce a alejarse por la extensa pampa del Tamarugal. 
Las tres embestidas contra la batería Salvo constituyen la parte más ruda de la batalla. Lo atestiguan las bajas habidas en uno y otro bando. 
Salvo perdió al teniente Argomedo, muerto; al capitán Urízar y a los alféreces García y Nieto, heridos, con treinta bajas de tropa. 
Del Atacama murieron el capitán Vallejos y los subtenientes Blanco y Wilson; quedaron heridos el ayudante Ramírez y subteniente Abinagoitis, con 82 de tropa entre muertos y heridos. 
Del Coquimbo cayeron heridos el teniente Abel Risopatrón, muy grave; y el subteniente Ramón Enrique Beytía. El teniente Risopatrón falleció al desembarcar en Valparaíso, en brazos de sus padres que se habían transladado a recibirlo desde Concepción. 
De la tropa quedaron cinco muertos sobre el campo y veintitrés heridos. 
Los aliados sufrieron considerables bajas; el comandante don Ladislao Espinar, murió a pocos pasos de nuestros cañones. El general Villegas y coronel Ramírez de Arellano, ambos heridos, fueron conducidos a la ambulancia, junto con los oficiales del Dalence Domingo Vargas, Nicanor Romano, Toribio Quintanilla, Nicolás Martínez y Secundino Sempétigue, caídos en el asalto a los cañones de Salvo. 
Mientras se define la función en nuestro centro izquierdo, he aquí lo que ocurre en el centro derecho: 
El coronel don Belisario Suárez con la 1ª división peruana de Bolognesi, compuesta de los batallones Cazadores del Cuzco Nº 5 y Cazadores de la Guardia Nº 7; y, la III división, batallones Ayacucho y Guardias de Arequipa, ataca de frente, sostenido por seis piezas de artillería ubicadas a vanguardia de Porvenir. 
Amunátegui recibe a Suárez con la batería Montoya, y el fuego de salva del 4º, Atacama y Coquimbo; desconcertado el avance de sus tropas, busca refugio en las catas y zanjas de los calichales explotados. Se contenta con quemar municiones en abundancia, pero sin salir de sus escondites. Esta fuerza permanece anulada por el resto de la refriega. 
Continuemos a la izquierda aliada. 
El general Villamil despliega sus tropas y las dirige hacia la Encañada, oblicuando a la izquierda, con ánimo visible de flanquear la derecha chilena, y llegar al Pozo de Dolores a dar la mano a Buendía que debe llegar por la pampa del Tamarugal, con el ala derecha. 
Por medio de conversiones concéntricas, caerán sobre el Pozo, Villamil por la izquierda y Buendía por la derecha de Dolores, encerrando en San Francisco al ejército de Sotomayor, sin retirada posible, con la captura de la estación, vía férrea, telégrafo, aguada, bagaje y parque. 
Villamil se mueve a buen paso. 
Una vez a tiro, Urriola hace funcionar las baterías de Wood y Villarreal, que pronto introducen la confusión en las columnas bolivianas, con certeras granadas. 
El general se retira tres veces para reorganizar sus batallones; tres veces embiste contra la línea formada por Navales, Valparaíso y Regimiento Buin 1º de línea; en las tres circunstancias el certero fuego de artillería descompagina de tal manera la formación de los cuerpos, que se ve forzado a retirarse en definitiva, sin alcanzar a medirse con la infantería contraria. 
Las alas del ejército aliado retroceden; el centro sale de las zanjas y catas, siguiendo el movimiento retrógrado. Suárez se dirige rectamente a Porvenir y se une a la reserva del coronel Cáceres, que intacta, permanece mera espectadora de la acción que se desarrolla a su vista, no obstante que tiene dos cuerpos de línea, entre ellos el famoso Zepita, flor y nata del ejército permanente peruano. 
El enemigo abandona el campo, no en derrota y disperso como lo pregonan algunos historiadores; maltrecho, sí, busca las aguadas de Porvenir y Santa Catalina, como puntos de apoyo. 
La caballería chilena no desempeñó papel alguno durante la refriega; destinada como reserva general, permaneció en la Encañada, en espera de órdenes, que no se le dieron, por cuanto no hubo necesidad de emplearla. 
En ciertos momentos apareció por las vecindades del mogote de don Bartolo, un núcleo montado. Inmediatamente se pone en movimiento la compañía de cazadores a caballo de custodia en el Pozo de Dolores, y a buen aire se dirige contra los jinetes enemigos. 
El general don Nicanor Flores que se había aventurado por ahí con los Húsares de Junín, vuelve bridas, empeñado en poner la mayor distancia entre su gente y los cazadores chilenos, que vuelven tranquilamente a su puesto. 
Grandes aclamaciones se hacen sentir en nuestra izquierda. 
Es el general Escala que asoma con la División Arteaga, cuya tropa aunque rendida por una marcha forzada terrible, se siente feliz y contenta porque llega a tiempo para tomar parte en la gran batalla del día siguiente. 
El ejército se encuentra concentrado, con agua en abundancia, víveres y municiones suficientes. Conserva como dueño indisputable sus líneas de comunicaciones, por carretera, ferrocarril y telégrafo, que le ponen en contacto con Pisagua, su nueva base de operaciones. 
Escala felicita a Sotomayor y demás jefes por el brillante éxito de la jornada, y reasume las funciones de comandante en jefe, en medio del regocijo general, por la victoria que se espera al día siguiente. 


El primero corresponde a un plano extraido del mismo libro del capitulo que subi en el anterior post.

 El segundo a Google Eartth
 
En primer lugar vista del Cerro San Francisco desde el pozo de agua donde los aliados fueron apagar su sed y que provoco el inicio del combate.

Cerro 3 Clavos formaba la parte trasera del dispositivo chileno, vista desde la cumbre del cerro San Francisco, el espacio entre ambos cerro fue ocupado por la caballería.

Cerro San Bartolo sitio donde se emplazaban fuerzas chilenas al igual que la anterior esta tomada desde el san Francisco, el 3 Clavos y San Bartolo se hubican casi a la misma altura su misión era proteger el pozo de Dolores que se hubica mas cercano al 3 Clavos.

Las Cuatro Campañas de La Guerra del Pacífico, Francisco A. Machuca Tomo I. Capítulo XXV.

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